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domingo, 14 de agosto de 2016

Diáspora


Diáspora: Dispersión de un pueblo o comunidad humana por diversos lugares del mundo; especialmente la de los judíos después de la destrucción del reino de Israel (siglo vi a. C.).

Que lejos estábamos de este concepto hace 20 años... En una Venezuela que disfrutamos la generación de los 40s, 50s y hasta los nacidos en los 60s, el término diáspora, ni siquiera era conocido por nosotros. Nunca hubiésemos imaginado que algún día los dispersados seríamos nosotros, viendo el fenómeno ahora, hasta en nuestras propias familias. La convivencia familiar, tan sabrosa en aquellos años, cuando en Quinta Alma nos reuníamos, casi semanalmente, con abuelos, tíos y primos en un abrazo fraterno, es ahora un evento excepcional. 

Conocimos a fondo las virtudes poéticas del abuelo Benito y del tío Benito Raúl, las bondades histrionicas de las tías Alma y Nancy, las habilidades culinarias de Mamatita y hasta las jocosidades del tío Tulio y de muchos de los primos, por mencionar solo pocas cosas vividas e esos años. Que decir de la tía Yolina emulando a Edith Piaf, o de la tía Carmelina haciendo lo propio con Sarita Montiel. Aprendimos el respeto por abuelos, tíos y primos, además de un profundo amor familiar que se mantiene todavía hoy en día. Lo que no nos enseñaron fue, justamente a emigrar...a dispersarnos.

Recibimos con brazos abiertos a españoles, portugueses, italianos, judíos y un sin fin de inmigrantes procedentes de cualquier rincón de aquel mundo de postguerra. Familias enteras de inmigrantes, establecieron negocios familiares en toda América, en los cuales viejos y jóvenes, hermanos, primos, hijos y sobrinos trabajaron juntos, en la tintorería, la panadería, el abasto o hasta en el restaurant chino o árabe. Particularmente en nuestra familia, mudada a Santa Cecilia desde 1956, tuvImos mucho contacto con la colonia italiana, asentada en La Carlota. Desde el barbero, el panadero, el mecánico (Chicho), hasta el chichero, el perrocalientero, el amolador y el señor de la carreta, todos de origen italiano, nos formaron en la aceptación natural del inmigrante. Nunca pensamos que algún día los inmigrantes, en algún país lejano, íbamos a ser nosotros. 

Hoy, con hermanos, hijos, nietos y sobrinos "diseminados" por América, Europa, Asia y hasta en Oceanía, ya no existe más la convivencia familiar y los domingos en la tarde, tan sabrosos de compartir una cerveza o un vino con los hijos, se han esfumado. La tarea de fomentar amor y respeto hacia "los viejos" se hace tarea difícil para nuestros hijos.

Mi reflexión surge en un momento clave de este proceso. Hoy en día, fomentado por un gobierno fascista totalitario, al igual que lo vivido por aquellos europeos de la postguerra, nos vemos obligados a considerar el emigrar de un país que se hace invivible. La diferencia es que aquellos emigrantes, sabiendo de las dificultades que encontrarían al salir de sus naciones, trataban de irse juntos y no perder la base de toda sociedad, que es la familia. Tratando siempre de mantener tradiciones y sobre todo el amor de familia, se establecieron en pueblos y barrios, constituyendo negocios familiares, con lo cual se ayudaban unos a otros. Al igual que La Carlota, surgieron Chacao, La Candelaria, San Bernardino e infinidad de urbanizaciones en Caracas y el interior. Igual sucedió con los asentamientos de cubanos en la Florida desde el triunfo de la revolución castrocomunista. 

Nosotros los venezolanos, en una formación absolutamente diferente, si hemos aplicado ahora al pie de la letra, la definición de lo que es la diáspora y literalmente, nos hemos "dispersado por diversos lugares del mundo". No nos enseñaron los viejos "el arte de sobrevivir unidos" y en un sálvese quien pueda, pequeños grupos formados por un hijo(a) con su pareja y pequeños hijos, se ha ido, cada quien por su lado a puntos geográficamente opuestos, sin un plan de supervivencia familiar. Un "vamos a ver que se consigue", buscando como es lógico una mejor calidad de vida. 

Ahora, llegado el punto de inflexión, cuando este gobierno fascista nos está casi obligando a emigrar también a los viejos, es casi imposible una emigración coherente... ¿a donde ir?, ¿con quién o cerca de quienes vivir? y no menos importante... ¿como subsistir?...¿y si nos enfermamos que seguro nos cubrirá?... tantas preguntas que se deben estar haciendo gran cantidad de nuestros congéneres venezolanos. También me pregunto si aquellos abuelos judíos o sicilianos de mediados del siglo XX, embarcados con sus familias rumbo a Manhattan, en la misma aventura de buscar una mejor calidad de vida, tendrían las mismas dudas. No lo sé.