Bienvenidos

Hola!, si estás aquí es porque has sido invitado o tienes algo en común con nosotros, bien sea el mismo apellido, o gustos similares, principalmente el de viajar. Cualquiera que sea el motivo, te damos la bienvenida a nuestro blog y esperamos que lo disfrutes y que la información que aquí obtengas te sea útil y agradable.

domingo, 24 de marzo de 2013

Veranos de juventud. Descubriendo los encantos del Imperio.


Verano de 1965

Ese verano llegó con la alegría más grande para ese momento vivida. Mi primer viaje al exterior llegó en agosto, en compañía de César Tinoco, William Abramovits y Manuel Delgado. Un intercambio que a la larga me resultaría grandioso. Tomamos un "jet clipper" de Pan American, vía New York. Al llegar a Boston ya nos esperaban nuestros padres adoptivos. Como cosa extraña no me gustaron mucho los míos, porque eran muy viejos, o al menos eso me parecían. Recuerdo un par de noches en una casona lúgubre de Boston, donde me imagino se filmaría después la serie de TV de Barnabás Collins. Conocí la soledad, la cual me sirvió para aprovechar de leer, que era lo único que se podía hacer en aquella casa. No iba a aprender mucho inglés allí, porque los "viejitos" ni hablaban. Debo haber pasado solo un par de largas noches en esa casona, porque no conservo nada en mi memoria, salvo la lectura de un libro con cuentos de Edgard Allan Poe. 

Después le tocó el turno a una familia comunista, con afiches de Fidel y Che Guevara en los cuartos. Tenían un hijo de mi edad, pero también de esa inclinación. Salía en su bicicleta en la mañana y no regresaba hasta la noche... me imagino que reoartiendo panfletos con la hoz y el martillo..Jeje! Yo siempre me consideré un pitiyanqui, lo cual no podía ni quería ocultar. Hasta el sol de hoy prefiero un concierto de Alicia Keys (de paso una divinidad!) en el AA Arena, que de Gualberto Ibarreto en el Poliedro (¿Quién no??).  Hay que recordar que era la época de la guerra fría y posterior a la crisis de los misiles, así que corría el riesgo de ser capturado y deportado, lo cual hubiese cambiado mi vida radicalmente... (No hubiese podido ir a ver a Alicia ayer!!). Con los comunistas pasé también un par de noches. Recuerdo un sofá donde me sentaba a leer mis libros del Círculo de Lectores y hasta el calor de una frazada eléctrica, sobre mi cuerpo, que me asfixiaba.

Finalmente llegué a la casa de la familia Bond, en 6 Demar Road, Lexington, Massachusetts (me aprendí la dirección de tanto escribir cartas los siguientes 2 años). Allí ya estaba Manuel. Cierro los ojos y veo la casa, rodeada de pinos,  su puerta de tela metálica y todo su interior de madera (eso me llega abriendo los ojos y viendo las fotos).  Me llega el olor de la habitación. Veo al viejo Robert, llevándonos al cuarto el jugo de naranja recién exprimido. Lo hacía todas las mañanas. Jugábamos ping pong en el patio y todavía río cuando recuerdo el récord que establecí y que probablemente se mantiene en la familia, 32 juegos perdidos de forma consecutiva. ¿Recuerdas Manuel?, ¡cuando gané el primero me hicieron una fiesta…! 

Nuestra visita fue todo un acontecimiento en Lexington. Hasta salimos en el periódico local, como visitantes ilustres. Manuel me envió el recorte de periódico, hace pocos días. La casa se llenaba de gente que quería conocernos, sobre todo de muchachas. 


En el día íbamos a la piscina, jugábamos beisbol, ping pong y montábamos bicicleta. En las noches venían las chicas, oíamos música y  bailábamos. Que diferente bailar con aquellas muchachas que bailaban, como decía Waldemar, ¡pegao vale!. You´ve lost that loving feeling, Downtown, I Got You Babe, baladas de moda que sonaban una y otra vez. Era la época de los discos de 45 rpm y compré todos los primeros del billboard por supuesto. Ya nos encargaríamos Los Bluster´s de ponerlas de moda en las fiestas de Caracas. Además ninguna de las chicas hablaba español, así que... a practicar el inglés...o mon amour!. Importante en el léxico eran las palabras love, honey, sweetie y todo lo que representara un piropo ante tantas niñas bellas... No podía faltar el "you know" al final de cada oración (¿sabes???)






Los Bond tenían 6 hijos, Eddy, Andrea, Robbin, Patty, Cindy y Christopher. 
Eddy tenía una guitarra eléctrica Fender y tocábamos buenos ratos. Para variar... Beatles! ¡Hey, way a minute Mr. Postman! ¡Mr. Postman wait and see!... 

Andrea, con aquellos ojos azules, claros como ese cielo que se asoma entre las nubes, de tez blanca como la porcelana y con aquellos cabellos negros como el azabache me "llamó la atención, por así decirlo.. O sea!. Qué hermosa mujer a sus 16 años. Un mes en su casa, viéndola a diario, me hizo enamorarme de ella, aunque por los momentos, por respeto a Mr. y Mrs. Bond y a los hermanos (o miedo?), quedó como un amor platónico. Francis me va a decir: ¡Ojalá la vieras ahora, seguro que es una vieja fea y arrugada, como todas las gringas... ¡Deja los celos mi negrita linda! Al menos estoy lejos y me ahorro un buen pellizco... Jejeje!!


De regreso de Boston, paramos unos días en New York. Manuel, César, William y se nos unió la hermanita de César. Visitamos las instalaciones de la Feria Mundial de Nueva York, con sus pabellones ultramodernos donde los animatronics eran la mayor atracción. Otro día fuimos en metro hasta Harlem, con susto incluido por andar con los catiritos (César y su hermanita), hasta esos rincones “algo” peligrosos, aunque en retrospectiva, nada comparable a caminar por Catia, La Pastora o el 23. En los 6o´s la discriminación racial estaba en su apogeo y nosotros no conocíamos mucho de eso. William como que tenía un encargo para llevar y no se nos ocurrió otra cosa, sino meternos los cinco en el subway y rodar más de 100 calles hacia el norte de Manhattan. Hasta el operador cambia después de la 70 hacia arriba! Recuerdo que llegó un momento en el subway en que todos los ocupantes eran "de color" y el operador nos preguntó que para donde íbamos... a dangerous quest!


Pudimos hasta conocer un night club en Greenwich Village, con un primo de William, con pinta de playboy, que vivía por allá. Nos pasó buscando por el hotel en su carro. Creo que era un GTO, ya William me lo dirá, pero en ese carro pudimos oír por primera vez en la vida, una estación de radio FM ¡en estéreo!

Ya de regreso a Caracas, los discos de los Beatles (el disco doble de Help), los Beach Boys  y los Rolling Stones (Satisfaction) me daban algún valor agregado entre los amigos. Renato venía a la casa y practicábamos con las guitarras hasta el cansancio (¿o no nos cansábamos nunca?). ¿Te acuerdas de Wooly Bully? ¡Watch it now! ¡Watch it! ¡There it go!


Entre los discos de 45 venía una canción que se convertiría probablemente en el éxito más grande de los Bluster´s para finales de 1965 y principios del 66: Hang on Sloopy. La teníamos que repetir en las fiestas 3 ó 4 veces. Vivimos de Hang on Sloopy hasta que pudimos vivir de Gloria (otra canción, para los mal pensados). Esas canciones nos catapultaron a la fama.


Como buen grupo que se sienta famoso, empezamos a tener pugnas internas. Renato no era muy dócil que digamos y yo menos. Él andaba con lo que yo creía eran "malas juntillas", todos con sobrenombres: Popeye, Baby Face, Chicharra, etc. (recuerdan a Mono de agua?) y ya dije antes que no le huía a una pelea entre patotas. Tuvimos aquel verano un disgusto por alguna tontería y estuvimos casi 1 año sin hablarnos, pero tocando juntos en las fiestas y practicando semanalmente. Recuerdo que a veces le decía a Carlitos – “dile a Renato que baje el volumen” – y de regreso recibía un – “Renato dice que no lo va a bajar” -.  Al verano siguiente nos reconciliamos en una fiesta (una rasquita que agarramos) y hasta viajamos juntos después de aquello. 

Nuestro 5to. año fue una rumba. Ya aceptado en Medicina en la Central, no me preocupé mucho por estudiar para exámenes, total ya las notas no eran tomadas en cuenta. Así que, ¡a gozar, que el mundo se va a acabar!

Se nos fue el 65. Año de gran intensidad en la Guerra del Vietnam, año del cierre del Concilio Vaticano II por el Papa Paulo VI, Los Beatles en su apogeo con Beatles 65, Help y Rubber Soul y los Bluster´s dando la hora con Hang on Sloopy y Gloria. Así llegó 1966.



Mi papá se compró un Chevrolet Impala ese año, mismo que me encargaría de "arreglarle la carrocería" en uno de los toques. Ese año 1966 cumpliría 18 años, lo cual esperaba con ansiedad, principalmente para sacar la licencia de manejar, pero eso sucedería después del verano. Otra historia...

Los trajines pro-graduación no impidieron seguir con los toques. Había ya para entonces una fiebre de rock insólita. El Santiago era un semillero, con Humberto Cárdenas con los Elektra, el turco Benaím con los Five Kings, Chuchú Díaz y Andrés Simón con los Riviera. Hasta Giordanno Di Marzo salió del colegio. Las verbenas en los Colegios eran casi todas las semanas. El Teresiano, el María Auxiliadora, el San Ignacio, el Don Bosco y una lista interminable que se me escapa de la memoria. 

El primer semestre de 1966 se fue en preparativos para la graduación del Santiago, vender bolígrafos, hacer rifas y en general recoger fondos para la fiesta. Todo menos estudiar... y así llegó el día..
.


En la foto, el autor, sin lentes y sin bigotes, en el centro y a mi lado derecho Rafael Milano, César Tinoco y Andrés Simón, entre otros y a mi izquierda, el catire Hector Manuel, Carlos Alberto Luces y William. 

El 25 de julio de 1966 fue la esperada graduación de bachiller. El Santiago siempre hacía y sigue haciendo las graduaciones el día de Caracas. No recuerdo mucho el acto, ni la fiesta. Lo único, un discurso larguísimo del profesor Servando haciendo la semblanza de Vicente Marcano (epónimo). Debo acotar que para la época y a pesar de estar en democracia, el "padrino" no lo escogían los graduandos, sino que era decidido unilateral e irrevocablemente por el Dr Rafael Vegas. Sin derecho a pataleo...
Mi papá y mi mamá hicieron un brindis en la casa, para festejar la alegría. Asistieron Mamatita y Papatito, además de unos cuantos tíos.



Verano de 1966

Nuevamente me veía montado en un avión, esta vez de Avensa, rumbo a Miami. No sé como surgió la idea, pero aquel verano fue también inolvidable - ¿o todos lo son en la adolescencia?
Este fue mi viaje de graduación de bachiller. Lo raro era que no fue un viaje con mis compañeros del Santiago, sino con Renato y la Nonna. Mariíta, quien ya había crecido y se convirtió en una bellísima muchacha, iba en el mismo vuelo. Victor, que para aquel verano era novio de la cubanita, fue con Carlitos a despedirnos -¿o a despedirla a ella?  Lo cierto es que para el final de ese verano, cuando Mariíta regresó a Caracas, ya era una mujer, con novio nuevo y le devolvió su oso de peluche a Víctor, con anillo incluido, enganchado en la nariz… que mal gusto!.


Victor QEPD, a mi derecha y Carlos a mi izquierda. El señor era un tío de Mariíta.

Llegamos al Hotel Di Lido en Miami Beach. Estaba de moda la serie de TV “Surfside Six” que se escenificaba en una pequeña casa bote, al frente del Hotel Fountainblue. Era una visita obligada y probablemente la casa más fotografiada de la Florida. 



Recuerdo que todo era comer hamburguesas y pizzas. Un día en un sitio donde comíamos, pedimos pizzas con salchichón y mientras hacíamos la cola para pagar, Renato se iba comiendo los salchichones hasta acabarlos todos. Yo preferí dejarlos para comerlos junto con la pizza. Al llegar a la caja, le cobraron a Renato una pizza simple (margarita) y a mí una con pepperoni!. 

Una noche nos metimos en el 007 del Hotel Shelbourne, donde bailaban las Go Go Girls sobre las mesas. La edad de admisión era mínimo 18, pero Renato y yo inventamos un método muy novedoso, probablemente nunca visto por los vigilantes gringos de la entrada del night club.  Pegamos con “teipe” transparente un papelito con el número 47 sobre el año de nacimiento (yo cumpliría los 18 el mes siguiente, pero no se aceptaban aproximaciones). Nos confiamos en que la oscuridad de la noche nos protegería… y funcionó (nunca sabremos si los porteros, al ver aquel hábil truco se apiadaron de nosotros). Lo cierto es que la pasamos buenísimo y eso que no nos tomamos ni una cerveza... Te debo la foto de las GoGo Girls Renato!!

Al día siguiente nos quedamos dormidos y nos deben haber llamado a la habitación unas 300 veces. Había un paseo al Parrot Jungle y como estábamos viajando en un tour, el bus estaba lleno de viejos, con caras de cañón, esperando por nosotros. Como sucede en estos casos, siempre se les deja a los irresponsables los últimos puestos del autobús, para que todas las personas puedan verte la cara, mientras recorres el pasillo hasta el fondo. ¡Quería morirme!


Renato se compró en Miami una guitarra Fender Mustang roja y cuando llegamos a Caracas había que ver la cara de los Blusters. De allí en adelante la banda sería otra. Con Carlos y su Hofner, Renato con la Mustang y yo con mi Precision Fender, la banda "sonaba". Ya teníamos el Pro Reverb y solo faltaba amplificador para las voces. La Nonna entonces nos financió el amplificador para las voces. Compramos un Teisko blanco y ¡voilá!



Por cierto, no lo dije antes, pero el Walde se convirtió en el cantante líder y lo hacía muy bien, aunque con un pequeño problemita: no sabía inglés y todas las canciones eran en ese idioma. De todos modos el estruendo era tan grande que la gente no se daba cuenta de las letras de las canciones (tampoco el público entendía mucho inglés en esa época. Me recuerda el Walde que en una fiesta oyó el comentario de que un grupo que tocaba Satisfaction, "pero al cantante no se le entiendía nada"... Jajaja!. De cualquier modo, el valor agregado del Walde, era que se había convertido en un tremendo negociante (un turco pues) y de alli en adelante se encargó de negociar los contratos y cobrar, lo cual era lo más difícil para nosotros. ¡Hasta el negociar préstamos para adquisición de equipos!. ¡Gracias vieja!. 


¿Qué pasó con Renato? No recuerdo porqué salió de los Bluster´s, ni cuando, pero ya para comienzos de 1967 tendríamos otro guitarrista con cambio de look (pelo largo) y también de sonido. Hoy Renato es un ilustre cardiólogo, ejerciendo en West Palm Beach, desde hace más de 25 años. ¡Que alegría haberlo visto nuevamente después de tanto tiempo!. ¡Dios te guarde amigo!

-Próxima entrega: Paradoja existencial.

domingo, 17 de marzo de 2013

Veranos de juventud. Los sesenta. Pasión de adolescentes.

Se fueron los años 50 y también la niñez. Con los 60 llegó aquella etapa de la vida que hace la diferencia entre una vida feliz e irresponsable y una llena de preocupaciones y compromisos: la adolescencia. Llegó el año 1960 y con él, una nueva hermanita, Gisela, quién con los años, a pesar de la diferencia de edad, se convirtió en “mi pana”, la consentida.



¿Porqué los veranos?

Siempre he pensado que los mejores momentos de mi vida no han sido en las épocas de clases ni durante las horas de trabajo. Salvo contadas personas (en este caso “personalidades” particulares, que llaman work-o-ólicos),  los mortales comunes pasamos el año, con la mente puesta en lo que vamos a hacer durante las vacaciones. Presentábamos los exámenes solo pensando, que si aprobábamos, nos esperaría un verano espectacular. Si por el contrario, reprobábamos, nos esperaba la gran tragedia… SEPTIEMBRE!. Gracias a Dios, a algo de inteligencia heredada y a este entusiasmo por las vacaciones, nunca me quedó nada pendiente para septiembre. Así he pasado la vida. Viviendo para las vacaciones. Pensando, planeando, y calculando cuando saldremos, como y adonde iremos. Las dos primeras décadas, este “trabajo” de organizar vacaciones lo tenía mi papá. Pero ya desde los 70 ese compromiso ha sido un gusto que no he delegado en nadie.

Pudiera haber pensado en las vacaciones de navidad, pero, al igual que la mayoría de cuantos seres pueblan a estos países colonizados por españoles, preferimos estas fechas para  celebraciones familiares y más bien, en muchos casos, el ausentarse del mapa local, es motivo de escarnio y dura crítica entre los que se quedan. Sin embargo, para mí la Navidad significaba época de regalos y en mi caso, realmente, no puedo sino reconocer que, el Niño Jesús, al menos conmigo, siempre se portó “sobresaliente”.
Mis veranos realmente memorables se inician en los años sesenta, navegando por las aguas turbulentas de la adolescencia.

El Santiago había mudado su sede a La Floresta y casi que podíamos ir a pie, lo cual no fue posible hasta casi la graduación, pues mi madre, cual chofer ministerial, nos llevaba y buscaba diariamente, con puntualidad inglesa. No recuerdo nunca haber llegado tarde a clases o quedarme más de la cuenta en el colegio esperándola. Madre, definitivamente, hay una sola. Como te añoro…


Ah! Década de los sesenta, la de los Beatles, los Stones, Shindig, el Club del Clan, pero también de la Guerra de Vietnam, las protestas raciales, los asesinatos de JF y Robert Kennedy y de Martin Luther King, en fin una era movida. La era de Acuario.

La década del pelo largo, los hippies y el amor libre, aunque debo decir que, con el carácter de mi papá y las restricciones del director del colegio, Dr. Rafael Vegas, sumado a un “cabello rebelde” más bien al estilo Hendrix, solo se me permitió dejarme patillas largas y bigotes, después de salir del Santiago y entrar en la universidad, en 1966. En relación al amor libre, no nos tocó disfrutarlo en estas latitudes, formando parte de familias, todavía para entonces dominadas por prejuicios sociales y religiosos. Sin embargo tengo la convicción de que nos tocó la mejor adolescencia de la historia, la de los años sesenta.


Empecé el bachillerato en 1961. Las cosas se ponían difíciles y ya no existía lo de “pasar eximido”. Me hice de un grupo “de estudio”, con Héctor Manuel, William y Manuel Delgado. Recuerdo al profesor Servando, a Porte Acero, a Toro... Todos excelentes maestros, que contribuyeron a que el Santiago fuera considerado entre los mejores colegios de Caracas y Diana Zuloaga, nuestra subdirectora, de quien medio colegio estaba enamorado...


Héctor Manuel vivía al otro lado de la quebrada Agua de Maíz, la cual, si no queríamos caminar mucho, teníamos que atravesar caminando sobre un tubo. Equilibrista ha sido lo último que he podido ser en la vida., sobre todo con mi acrofobia (http://es.wikipedia.org/wiki/Acrofobia). El cruzar me daba muchísimo miedo y preferiblemente me iba caminando hasta la Avenida Miranda. Más lejos, pero bastante más seguro.
Estudiábamos en su casa. Él era lo que llamábamos “un cráneo”, así que había que aprovecharlo. Su papá se suicidó cuando estábamos en sexto grado y eso lo marcó para siempre, pero aún así, siguió siendo un estudiante brillante y un excelente amigo.
En su casa había un par de Gran Daneses, uno marrón de orejas altas de nombre Duque y el otro negro, de nombre Tigre, que era el que más miedo daba. Lo cierto es que antes de llegar había que avisar para que los encadenaran, porque alguien nos dijo que se habían comido a un par de niños que habían tratado de entrar. Recordar que no existían los celulares!!
También íbamos a casa de William, quien vivía en Los Palos Grandes y cuyo lar tenía el atractivo que el papá  "dejaba" las revistas Playboy en la revistera de la sala. Mucha tentación para adolescentes con los niveles hormonales en pleno ascenso...! Una revista en especial era muy solicitada... Junio 1963, especial con Jane Mansfield!!!




Ya en secundaria, me hice de una bicicleta “de carrera”, que me vendió por Bs. 60 mi compañero del Santiago, Edgar Navarro y con la cual podía ir más fácilmente al colegio y hasta la casa de Héctor Manuel, mi mejor amigo. Por cierto, a esa edad, muchos amigos son “mi mejor amigo”. Héctor Manuel, William, Waldemar, Carlos, Renato, Víctor, todos, mis mejores amigos. Héctor Manuel vivía en la hacienda San José, La Ciénaga, al lado del Parque del Este. Allí jugábamos beisbol, nos bañábamos en la piscina y pasábamos horas jugando soldaditos. Héctor Manuel era estudiante brillante y algo se me debió haber pegado, porque primero había que hacer la tarea. Luego podíamos jugar. Coincidíamos en esa casa con William, Manuel, Rafael Emilio y otros grandes amigos.  La pasábamos de maravilla. Pasaría más adelante a ser compañero también de los Bluster´s en sus toques. Fanático número 1. Nos ayudaba a llevar los equipos e instrumentos y hasta aprendió a tocar guitarra. Hace poco recibí la noticia de su muerte y pude recordar claramente muchas de las aventuras juveniles con Héctor Manuel y compañía. Descansa en paz amigo.

Mi primera guitarra fue una española. Me la compró mi papá en 1963. Le pegué un cacique en la caja de resonancia! Creo que lo despegué de una caja de ron del mismo nombre… ¿te acordás Carlitos?. En plena adolescencia, sentados en el murito de la casa de la esquina, acompañados de nuestras  guitarras acústicas y cantando una canción de moda, Carlitos, Renato, Waldemar y yo, comenzábamos a sentirnos unos Elvis latinos….Magia blanca tu tienes…me has hechizado a miii…con tu mirada coqueta…con tu manera de andar!!  Mariela, Gisela y Zoraida eran nuestras fans. Las serenatas no se hicieron esperar.

Se pasó ese verano del 63 tocando en el murito. Maria Elena, Apache y alguno que otro tema fácil, formaban nuestro reducido repertorio. Cumplí 15 años en septiembre y empecé el tercer año de bachillerato. En noviembre sucedió algo que impactó al mundo y que no puedo dejar de mencionarlo aquí: asesinaron a JF Kennedy. Pasamos largas horas frente al televisor viendo todos los acontecimientos que rodearon esa tragedia.

En la Navidad de 1963, llegó con el Niño Jesús un gran regalo! ¡Un flamante tocadiscos portátil estéreo, para mi cuarto!! Era azul y las cornetas se le desplegaban lateralmente. Con él, recibí mi primer disco de “música americana”. Fue el disco de Trini López  At PJ´S,  que tenía  “La Bamba” y “Si tuviera un martillo” como los principales éxitos. Sentado en mi cuarto con Renato, rápidamente nos aprendimos los acordes de “La bamba” y “El martillo”.

Para bailar la bamba!...Para bailar la bamba se necesita…! Una poca de gracia…una poca de gracia y otra cosita!

A finales de 1963, empezaba a oírse en el radio un grupo que cambiaría no solo nuestras vidas, sino las de millones de jóvenes en todo el mundo: The Beatles.

Así nos llegó el año 1964 y con ese año el cuarteto de Liverpool invadió nuestras casas. Si alguien me preguntara por el mejor año para el rock and roll, diría que fue ese año. ¡Se inició la beatlemanía!
Mi papá estaba horrorizado con la música y las melenas. Cuando oyó "Roll over Beethoven", casi le dio una convulsión!! Su credo de toda la vida fue: -creo en Dios y en Beethoven- ¡pero por Dios, no "este Beethoven" de estos locos!



Verano de 1964

En el verano nos inscribimos en el Teen Canteen. Una “taberna” que se abría en el Colegio Americano, donde confluían jóvenes principalmente de habla inglesa a oir música “americana” en vivo. Era abierto para todos, pero había que pagar una inscripción para todo el verano. Me costó Bs. 10 el carnet, para poder ir a todas las fiestas. Creo que eran cada miércoles. Íbamos solo a ver a las catiritas y a oir la música. Con nuestra timidez, no nos atrevíamos a sacar a bailar a ninguna muchacha, además que no les entendíamos ni papa, pero el oir esta música pop rock, nos abría nuevos horizontes. Por cierto, Renato era el único del grupo que bailaba en esas fiestas del Teen Canteen y pienso que la pasaba bastante mejor que nosotros. 
Una noche me atreví a sacar a bailar a una catirita delgadita, de pelo largo, por supuesto muy liso hasta la cintura, de falda escocesa... no recuerdo mucho... Lo cierto es que se me pegó como chicle y yo no supe que hacer... bailamos un buen rato y hasta el sol de hoy, ¡no se aún su nombre!!!
Waldemar me recuerda al grupo Homer and the Dont´s como uno de los que íbamos a ver al Teen Canteen. Al menos vistos desde la perspectiva de casi 50 años después, sonaban bien. Carlos me complementa que tenían guitarra y bajo Gretsch!! ¡Que memoria la de estos tipos!!



Aprobado tercer año de bachillerato, mi papá, insólitamente, me compró una guitarra eléctrica en la Nueva Chacao. Fui con él y la escogí. Una Egmond azul de tres micrófonos y vibrador, además de un amplificador Teisco, que tenía hasta reverberación!!  Todavía no comprendo como mi papá, a quien no le gustaba para nada “esa estridencia”, la cual nunca consideró ni siquiera música, fue capaz de iniciarme en ese mundo, del cual nunca más saldría, al comprarme aquella guitarra. Creo que Apache fue la primera canción que sacamos y me parece recordar que sacudíamos el amplificadorcito para lograr el efecto de la reverberación. Por cierto que era un resorte dentro de una caja metálica lo que producía el moderno sonido. Seguro que Carlitos y Walde se acuerdan. 
Con las guitarras españolas ya empezábamos a tocar algunos rock and rolls, pero la innovación al sonido eléctrico fue una verdadera revolución en Santa Cecilia.
Ya con mi Egmond, la música rock empezó a ser parte importante de mi vida. Una pasión por cierto, que conservo todavía hasta los momentos, con afición por comprar instrumentos incluida. Gracias a Dios, algunos descendientes han heredado tal afición y las veladas familiares siguen estando acompañadas por música.

Empezamos por sacar las canciones de Trini López y las de, por supuesto, los Beatles.
Ya con el grupo en serio, iniciamos nuestra carrera musical y nuestro éxito en la sociedad caraqueña. Apache, From me to you, All my loving, Twist And Shouts y I saw her standing there. Waldemar y yo pasábamos horas en el picó, sacando las letras, pero sin conocimiento alguno del inglés. En el tocadiscos repetíamos cientos de veces las canciones para tratar de escribir las letras, pero con el escaso inglés que dominábamos, las escribíamos “tal cual sonaban”. ¿Te acuerdas del papelito Walde?  - If there any sin that you one”…”if there any sin I can du”…”just col on me”…”and I send you alone. with love from me, to you”.
Otra: -Chiken a baby!... Twist and shout!! (esta me la recordó William!!)


Victor consiguió una batería blanca, que llamaríamos en esta época “tapa amarilla”. Quería ser el baterista del grupo. Tenía ritmo pero no sabía redoblar. Carlos se compró una Hofner nacarada y negra y Waldemar tenía una Lafayette que traía el amplificador en el estuche. Aquella fiesta en La Florida en casa de César Tinoco fue nuestro debut. El gordo Rafael García Arocha se sentó en la batería en I feel fine, porque quería demostrar que sabía tocar. Todavía nos podemos morir de la risa al recordar que no dio el ritmo en toda la canción, pero el redoble al finalizar el solo de guitarra lo hizo perfecto, Patúc!, patúc!, patúc!, túc! para seguir después por su lado y nosotros por el nuestro. ¡Nos pagaron 60 bolívares por el toque de esa noche! No recuerdo lo que me compré con los 10 que me tocaron, pero fue el inicio de una gran carrera artística y de una ganancia de dinero tal, que me permitiría unos años después, dar la inicial de mi primer carro... Bs. 1500.

Para ese momento, el grupo decidió dos cosas: la primera fue poner un nombre a la banda. Victor, como un César cualquiera (para los que no saben, el de "El Planeta de los Simios"), abrió un diccionario inglés en la letra “B” (por los Beatles) y escogió la palabra Bluster (1. n protest, threats. 2 ciclón del pacífico), sugiriendo entonces que nos llamaramos “The Bluster”, lo cual aceptamos!. Lo segundo fue designarme bajista del grupo, a pesar de que no tenía ese instrumento, ni idea de como tocarlo. Como era el único que medio sabía de música tuve que aceptar. Ya vería como hacer.

Era la época de las verbenas en los colegios. Nuestro primer intento de toque en público fue en la del Don Bosco. Cargamos los instrumentos (batería completa en una caja de jabón y amplificador Teisko tamaño caja de fósforo) y llegamos al colegio. La iglesia estaba en construcción y recuerdo que nos ubicamos detrás de la tarima. Estaban tocando los Riviera y en ese momento sentí realmente por primera vez, lo que sería “hacer el ridículo”. En la tarima estaban Chuchú, Joe, Randy, Andrés Simón y Romer, algunos de ellos compañeros del Santiago, con sus trajes que parecían diseñados por el mismo diseñador de los Beatles (al menos así se veían), y unos amplificadores Ampeg tamaño lavadora, que colocaban inclinados hacia el cielo. Con aquella pinta y aquél sonido, el público se vino abajo y nosotros también. Pánico mediado, regresamos nuestros perolitos al carro y creo que hasta el sol de hoy, los organizadores de la verbena nos andan buscando para que toquemos. Comprendimos el vil valor del dinero, así que tendríamos que reorganizar la banda.  ¡Bienvenida la Nonna!

No podíamos seguir con esa indigencia en instrumentos, así que pronto meteríamos a Luis Guillermo Degwitz como baterista, por sugerencia del Waldemar. Compañero de Walde en el San Ignacio, de buen apellido, léanse conexiones, una batería Trixon y una terraza para ensayar, en Lomas del Mirador, eran las condiciones perfectas que necesitábamos...  ¡fue la firma que catapultó a los Bluster´s a la fama! 

De paso, Luis Guillermo, era el que más levantaba, después de Renato por supuesto. Este último tenía el doble de estatura y hacía pesas. Renato tocaba la guitarra con unas franelitas de talla 3, de manga cortica, para lucir “la jama” y tenía especial perfil. Pero a Luis G no le hacía falta mucho físico. Era simpático, muy culto y "de familia". Esto último no quiere decir que los demás no lo fuéramos, pero entre Santa Cecilia y Lomas del Mirador hay solo 3 kms de distancia, pero al menos 3 millones de diferencia (lechuga verde.com). Encima, recibía los discos de 45 y LPs directamente de los Estados Unidos, lo cual nos permitía sacar los temas, antes de que siquiera se conocieran aquí. Lo cierto es que la pasábamos muy bien practicando en aquella mansión. Recibía además los discos antes de que salieran al mercado o de que los tocaran en la radio. Recuerdo haber oído en esa casa el primer disco de Jimmy Hendrix Experience, con Fire y Can´t you see me. ¿Te acuerdas Luis Gui?

De allí en adelante empezamos a tocar cada vez más en fiestas de casas y clubes. Nos empezaban a conocer en otros lugares fuera de nuestra querida Santa Cecilia. Teníamos un club de amigos de esa urbanización, que nos acompañaban a muchos toques, aunque no los dejaran entrar. Casi como guardaespaldas. Era la época de las patotas.

Al principio había conseguido un bajo prestado, tipo violín como el de Paul McCartney. Chuchú me lo prestó y me dijo que era de un tipo de "la pata de San Bernardino" que llamaban “mono de agua”. Una mañana mi mamá atiende el timbre de la casa y me llama diciéndome: “mijo, allí abajo te busca un muchacho que dice que se llama “mono de agua”. Ya sabía a que venía. Me quedé sin bajo. No me quedaba más remedio que conseguir otro.
Pronto se presentaría una oportunidad para mí y pude comprarle a Chuchú su bajo Precision Fender y el amplificador Bassman. Creo que pagué Bs. 1500 por el combo. ¡Una barbaridad de sonido! Ahora si sonaban los Bluster´s a banda de rock de verdad.

-Próxima entrega: Descubriendo los encantos del Imperio.

viernes, 15 de marzo de 2013

Los cincuenta. Inocencia interrumpida.


AÑOS CINCUENTA

Años de inocencia. El mundo se circunscribía al entorno familiar y escolar, circunstancias tan necesarias para la formación del carácter y la personalidad, aunque la genética hizo su trabajo conmigo en relación a lo primero. Heredé el carácter de mi padre (lo digo por si no se habían dado cuenta...Jejeje!). El gentío creciendo en la casa hizo el resto. Cuando Dios dijo "creced y multiplicaos", mi papá lo tomo bien en serio... Mi mamá, después de la sexta, le lloró al obstetra -doctor, dígale a Hugo que no puedo seguir teniendo más muchachos- Creo que finalmente le hizo caso. 



No recuerdo nada de Los Caobos, pero me cuentan que vivíamos en la Avenida Buenos Aires, al lado de Quinta Zoilita. Mi tía Morella vivía con nosotros y ya era parte de la familia Losada también. Desde entonces mi relación con ella ha sido de segunda madre (ahora de primera, después de la partida de Mamana). Nacimos Anabel y yo "en Los Caobos", más bien, en la Clínica Razetti, pero viviendo en aquella casa. 




Yo, por supuesto fui bautizado "Nené" por Anabel, nombre que después de los 7 años me encargué yo mismo de cambiar...!!



Mis recuerdos más antiguos se remontan a Maripérez. La quinta se llamaba (o se llama aún) "Anabel". Asentó mi papá en su diario el 1° de Junio de 1949: "Compramos una casa en Maripérez y la ocupamos el mismo día"... Como dirían las hermanas: ¡O sea!!...  
¿Porqué le colocarían Quinta Anabel?. ¿Porqué no le pusieron "Quinta Hugo"? Sería hoy lugar de culto nacional!! ¡A lo mejor hasta con un museo incluído!  Allí nacieron Zoilita y Carlos Benito. No recuerdo el interior de la casa pero, si los alrededores. La señora Molina vivía enfrente y a Anabel le encantaba ir a esa casa. Zoilita también pasaba el día con Carmen Molina, tanto que decía que se llamaba "itasaaina" (Zoilita Losada Molina...!). La tía Morella, quien ya no vivía con nosotros, nos visitaba y yo se lo anunciaba hasta al camión del aseo... ¡Ateo, ateo! ¡Llegó la tía Morella! 
Teníamos un perrito que se llamaba Coqui. Murió arrollado por un carro. No sé si lloré… no recuerdo…Veo a mi mamá llorando por él...
Quedaba una bodega al lado y en una ventana del 2° piso, sobre la bodega, se asomaba una vieja de pelo blanco, que le gritaba a todo el que pasaba. Eso me asustaba. Raulito era vecino y solíamos jugar con carritos en su casa, por cierto algo obscura. Años después me lo encontraría de nuevo en la escuela de Medicina. Cosas de la vida. Vagos recuerdos que se confunden con lo irreal. 


En Maripérez aprendí a manejar bicicleta, aunque no tan bien, porque fueron mis primeros accidentes, de los cuales todavía conservo "recuerdos", marcados en la cara... un "cacho" en la frente lo certifica. No entiendo como choqué de frente contra un reja. El chichón fue de película de terror. Lamentablemente al ser llevado al "Puesto de Socorro", de un empujón al salir, le provoqué a Zoilita una herida en el labio, que también le dejó un recuerdo de por vida. Lo siento mucho hermana ... 

Anabel y yo asistíamos a clases de piano con la profesora Ponticelli, actividad la cual, a pesar de que íbamos "casi obligados", también marcó mi vida en relación al amor por la música. Una afición que me ha acompañado toda la vida.


Estudié preescolar en el Colegio La Consolación, me imagino que porque Anabel ya estaba allí y por comodidad para "el transporte Anaté", quien por cierto, nos llevó a cada uno al colegio, prácticamente hasta graduarnos de bachilleres... 
La Consolación debe haber impreso en mi Sistema Límbico una marca "mística". Por alguna razón y por extraño que parezca, cuando oigo los coros femeninos de un CD en particular, comprado en un spa, con música de relajación, al cerrar los ojos me transporto a los pasillos de ese colegio. Puedo ver a las monjas, en lenta procesión, entrando a la capilla del colegio... ¡que recuerdos!

En 1955 entraría ya al primer grado, en el Santiago de León, que para ese entonces estaba en La Florida, en la casona que ahora ocupa la Capilla Imperial de la Funeraria Vallés. Conocí allí a quien después sería mi mejor amigo durante la adolescencia: Hector Manuel. Un año después seríamos hasta vecinos y por supuesto, compañeros de estudio hasta la graduación.



Vivíamos aún en Maripérez cuando inauguraron el teleférico. Muy pronto mi padre nos subió y la experiencia fue inolvidable. La estación del Avila, con su pista de hielo, el teleférico hasta el Hotel Humbolt, con sus "cebollitas" y el majestuoso edificio del hotel, todo aderezado con un frío invernal, te hacían sentir en un país de los de primer mundo. Era el verdadero "orgullo de ser venezolano". 

Santa Cecilia. Hogar amado.

Nos mudamos a Santa Cecilia a principios de noviembre de 1956, con la urbanización en construcción y pocas casas habitadas en la cuadra. El cemento, tablones de madera, el yeso y la arena eran nuestros materiales de juego preferidos. La llegada a la nueva casa coincidió con el nacimiento de Mariteche, así que llegamos sin mi mamá, que estaba en el Centro Médico y que junto con la bebé, llegaría 2 días después.  Le pusieron a la quinta el nombre "Anaté", por aquello de la manía familiar de combinar o apocopar nombres. Bella fachada de piedra, un gran porche, dos plantas y un montón de cuartos. La inmensa sala de la casa nos dio gran recibimiento, augurando fiestas, bailes, tertulias y hasta conciertos, que se repetirían con tanta frecuencia. Mi cuarto propio, ¡para mí solito!  ¡Ay de quién entrara a mi refugio! Tener mi ambiente privado me llenaba de alegría y me hacía sentir ya como hermano mayor, aunque, no acostumbrado a la soledad nocturna, no fueron pocas las noches, cuando movido por el miedo a fantasmas, bajaba al cuarto de papá y mamá a meterme en su cama... para inmediatamente ser regresado a mi cuarto…! Ajá! ¡Quien te manda a estar viendo películas de Boris Karloff! 

La casa era y sigue siendo bella, con su gran terraza, en donde podíamos hasta jugar beisbol! Cuando Armando, Ché y Kiko llegaban de Maturín, era actividad obligatoria, claro que con consecuencias muy inconvenientes, desgraciadamente frecuentes, como podía ser una pelota en el techo, con la inevitable rotura de unas cuantas tejas al tratar de recobrarla. Lógicamente una “cueriza” nos esperaría al llegar mi papá del trabajo y no podíamos esperar otra cosa, porque ¡mi mamá nunca fue “escaparate de nadie”…!


Teníamos a los primos Wolf en la calle 3 y recuerdo alguna vez haber montado la bicicleta de carrera de Waldito, roja por cierto (¿ya tenía inclinación por el color?). Rafa jugaba más con Carlos B y Cristi, de acuerdo a recientes cálculos e investigaciones... ¿como que no había nacido? ...   


Llegaron los primeros amigos, que no por casualidad he mantenido toda la vida. Los primeros, Víctor y Carlos, quienes vivían en la calle Oriente, hijos de un publicista y locutor español. Don Adolfo Redondo hasta un programa de televisión tenía. Víctor con sus permanentes bromas y chistes, siempre optimista hasta su prematura muerte, lamentablemente sucedida pocos años atrás. ¡Te extrañamos amigo!. Carlos con su ingenuidad infantil, la cual parece conservar a pesar del paso de los años. Cabalgando junto a Don Quijote, sigue enfrentando dragones y guerreros medievales, ahora por cierto, vestidos de rojo rojito… ¡mi querido compadre!

Después llegarían otros amigos, ya entrados los años sesenta. Renato, quien más adelante sería un colega médico, siempre “sobrado”, le encantaba lucir “su jama” y no huía a ninguna pelea. Camorrero en su adolescencia, pero un justiciero a carta cabal. Defendía a sus amigos a todo riesgo. Finalmente el más joven, Waldemar, quién pareció haber nacido para cura jesuita. Organizado y espiritual, gran consejero, dispuesto siempre a ayudar. Muy maduro desde joven, siempre el oráculo a quien consultar, aún hasta hoy día. Si hubiese sido cura, pudimos haber celebrado el primer Papa venezolano, Waldemar I...Jejeje!

Carlos siempre recuerda que al conocernos, por cierto jugando en las casas en construcción, yo llevaba puestas unas botas de vaquero y que al meterlas en un hueco, quedaron llenas de cal. Recuerdo la laguna de los sapos en Campo Claro y los alrededores de la quebrada Agua de Maíz, todo como nuestro particular Mundo de Aventuras.

La rutina repetida día a día, mes a mes y año a año, de las clases del Santiago, llegar a casa a hacer las tareas y estudiar piano, todo esto apuradito para salir a jugar con los amigos, hicieron que esos años se fueran lamentablemente rápido.


Algunos recuerdos aislados, vienen de revisar fotos antiguas. Gracias a Dios, mi papá era gran aficionado a la fotografía y con su cámara se encargó de dejar para la posteridad imágenes que atestiguan lo bien que la pasábamos. Zoilita recientemente se ha dedicado a digitalizar gran cantidad de esas fotos. ¡Gracias hermana!.
Un paseo recurrente era a las playas, especialmente a Los Caracas, ahora lugar tan abandonado. Allí podíamos bañarnos en una gran piscina con agua de mar. La foto mantiene un recuerdo de nuestra prima Blanca Caraballo, trágicamente fallecida junto con gran parte de su familia, en un accidente de aviación pocos años después.



Muy cerca de Santa Cecilia, en Los Palos Grandes, teníamos un parque de atracciones, el Coney Island, a donde mi papá también nos llevaba con alguna frecuencia. Allí pudimos aprender a manejar carritos chocones y hasta cohetes...!



Los carnavales en los cincuenta representaban un alto a la tranquilidad y seguridad en que vivíamos, con bellas carrozas y el lanzamiento de caramelos y papelillos. Los casi salvajes juegos con agua en la urbanización son algo irrepetible. 

Otro evento importante era La Semana de la Patria, cuando mi papá nos llevaba al ministerio para observar el desfile en la Avenida Urdaneta, con bandas marciales de todos los colegios, donde La Salle, el San Ignacio sobresalían. Recuerdo el paso de los alumnos del Santiago, pensando que algún día me tocaría desfilar con ellos. También esperábamos la representación del Colegio La Consolación, donde estudiaban las niñas. Todo esto desapareció en aquel imborrable 1958. Pienso en ese año porque, viviendo en Santa Cecilia, ocurrió la caída de Pérez Jimenez. Viniendo de una familia casi completamente adeca, tenía algo de información sobre persecución política. Había oído hablar de la Seguridad Nacional y de los temores de mis abuelos por mi tío Benito, para esos momentos en el exilio, perseguido por la dictadura. Mi papá en cambio, parecía añorar los tiempos del General Gómez y hasta alababa la obra de Pérez Jimenez, postura la cual por cierto ahora apoyamos. Su principio en la política era un radicalismo antiadeco. Hasta su muerte nunca apoyó aquel lema de que “con los adecos se vive mejor”. Un pequeño error porque creo que si se vivía mejor con los adecos...

Me recuerda Waldemar un episodio sucedido años después, cuando alguien le preguntó a mi papá si el era adeco igual que Tío Benito y enfurecido le respondió que el hecho de que Benito Raúl fuera adeco, no lo obligaba a ser igual. De cualquier modo, el parecido con Rómulo no se lo quitaba nadie...


El 7 de diciembre de 1957 hice la primera comunión. Fue en la Iglesia de San José del Avila. Creo que nos dió la comunión el Padre Hernández, si mal no recuerdo. Después mi mamá me hizo un desayuno en Santa Cecilia, a donde fueron invitados Rafael Emilio "el gordo" Márquez (QEPD), Xavier Márquez y otros cuyos nombres no puedo recordar. ¿porqué los recuerdo a ellos dos?. Simple. Rafael Emilio me regaló una caja de soldaditos de la guerra de independencia de los EEUU, con soldados rojos y azules. Los rojo-rojitos eran los ingleses (¡imperio mesmo!). Traía cañones con pequeños resortes adentro que permitían disparar balas al ejército contrario. Todo un lujo de modernidad y de entretenimiento ilimitado. Xavier me regaló otra caja de soldados, pero estos eran norteamericanos de la II Guerra Mundial, también con cañones y demás. Pasamos todo la tarde jugando en la terraza! Nuestro Wee de los 50s.



Pocos días después vino lo que se llamó el plebiscito y Pérez Jimenez "ganó" (será que Tibi ya estaba en el CNE?). Eran dos tarjetas, una roja y una azul y ya en esa época obligaban a los empleados públicos a llevar la tarjeta no utilizada. La gente decía que la azul era "se queda" y la roja "no se va". Pero esa gente no es como la de ahora y a los pocos días saldrían a la calle, pero no con pitos y cantos. Estarían por venir acontecimientos que marcarían el fin fe la inocencia... Inocencia interrumpida por cambios políticos. Jugando a la guerra en la terraza, pronto veríamos la guerra en vivo.

A pesar de no haber ocurrido en verano, aquellos sucesos dejaron una huella imborrable y creo que marcaron el fin de la niñez y principio de la adolescencia. El 1° de enero quedé encantado con los aviones Sabre y Camberra volando sobre la casa. Como el niño del "Imperio del Sol" los veía pasar saludándolos. ¡Hay toque de queda! ¡No salgan de la casa! En la noche apagaban las luces para que los aviones no supieran donde estaba el aeropuerto La Carlota. Se veían reflectores buscando en el cielo nocturno. Por la cercanía de Santa Cecilia con la base aérea, creo que alguna noche tuvimos que refugiarnos en Las Mercedes.
Pasaron los días y llegó el fin. Recuerdo que la “Vaca Sagrada” despegó de La Carlota. Oí decir que Marcos Pérez se había llevado una maleta con 8 millones de dólares. Una barbaridad en ese entonces, pero por cierto, bastante menos de lo que, en años más recientes, se han robado y regalado en proselitismo y clientelismo. Perez Jimenez era un niño de pecho. 
Recuerdo los tanques en las calles, con civiles encima. Gente enarbolando banderas,  con una euforia desbordada. Hoy no sé si son recuerdos reales o fantasías de niño. La inocencia parece haberse perdido con aquellos acontecimientos. No solo la individual, sino lo que es peor, la colectiva. Vendría el despertar... 


Para ese momento, no contaba los veranos. Cualquier feriado era ocasión para paseos, reuniones familiares y hasta fiestas. Los veranos vendrían al llegar los años sesenta y con ellos una etapa inolvidable de la vida, ¡la adolescencia!

-Próxima entrega: Los sesenta. Pasión de adolescentes.