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domingo, 17 de marzo de 2013

Veranos de juventud. Los sesenta. Pasión de adolescentes.

Se fueron los años 50 y también la niñez. Con los 60 llegó aquella etapa de la vida que hace la diferencia entre una vida feliz e irresponsable y una llena de preocupaciones y compromisos: la adolescencia. Llegó el año 1960 y con él, una nueva hermanita, Gisela, quién con los años, a pesar de la diferencia de edad, se convirtió en “mi pana”, la consentida.



¿Porqué los veranos?

Siempre he pensado que los mejores momentos de mi vida no han sido en las épocas de clases ni durante las horas de trabajo. Salvo contadas personas (en este caso “personalidades” particulares, que llaman work-o-ólicos),  los mortales comunes pasamos el año, con la mente puesta en lo que vamos a hacer durante las vacaciones. Presentábamos los exámenes solo pensando, que si aprobábamos, nos esperaría un verano espectacular. Si por el contrario, reprobábamos, nos esperaba la gran tragedia… SEPTIEMBRE!. Gracias a Dios, a algo de inteligencia heredada y a este entusiasmo por las vacaciones, nunca me quedó nada pendiente para septiembre. Así he pasado la vida. Viviendo para las vacaciones. Pensando, planeando, y calculando cuando saldremos, como y adonde iremos. Las dos primeras décadas, este “trabajo” de organizar vacaciones lo tenía mi papá. Pero ya desde los 70 ese compromiso ha sido un gusto que no he delegado en nadie.

Pudiera haber pensado en las vacaciones de navidad, pero, al igual que la mayoría de cuantos seres pueblan a estos países colonizados por españoles, preferimos estas fechas para  celebraciones familiares y más bien, en muchos casos, el ausentarse del mapa local, es motivo de escarnio y dura crítica entre los que se quedan. Sin embargo, para mí la Navidad significaba época de regalos y en mi caso, realmente, no puedo sino reconocer que, el Niño Jesús, al menos conmigo, siempre se portó “sobresaliente”.
Mis veranos realmente memorables se inician en los años sesenta, navegando por las aguas turbulentas de la adolescencia.

El Santiago había mudado su sede a La Floresta y casi que podíamos ir a pie, lo cual no fue posible hasta casi la graduación, pues mi madre, cual chofer ministerial, nos llevaba y buscaba diariamente, con puntualidad inglesa. No recuerdo nunca haber llegado tarde a clases o quedarme más de la cuenta en el colegio esperándola. Madre, definitivamente, hay una sola. Como te añoro…


Ah! Década de los sesenta, la de los Beatles, los Stones, Shindig, el Club del Clan, pero también de la Guerra de Vietnam, las protestas raciales, los asesinatos de JF y Robert Kennedy y de Martin Luther King, en fin una era movida. La era de Acuario.

La década del pelo largo, los hippies y el amor libre, aunque debo decir que, con el carácter de mi papá y las restricciones del director del colegio, Dr. Rafael Vegas, sumado a un “cabello rebelde” más bien al estilo Hendrix, solo se me permitió dejarme patillas largas y bigotes, después de salir del Santiago y entrar en la universidad, en 1966. En relación al amor libre, no nos tocó disfrutarlo en estas latitudes, formando parte de familias, todavía para entonces dominadas por prejuicios sociales y religiosos. Sin embargo tengo la convicción de que nos tocó la mejor adolescencia de la historia, la de los años sesenta.


Empecé el bachillerato en 1961. Las cosas se ponían difíciles y ya no existía lo de “pasar eximido”. Me hice de un grupo “de estudio”, con Héctor Manuel, William y Manuel Delgado. Recuerdo al profesor Servando, a Porte Acero, a Toro... Todos excelentes maestros, que contribuyeron a que el Santiago fuera considerado entre los mejores colegios de Caracas y Diana Zuloaga, nuestra subdirectora, de quien medio colegio estaba enamorado...


Héctor Manuel vivía al otro lado de la quebrada Agua de Maíz, la cual, si no queríamos caminar mucho, teníamos que atravesar caminando sobre un tubo. Equilibrista ha sido lo último que he podido ser en la vida., sobre todo con mi acrofobia (http://es.wikipedia.org/wiki/Acrofobia). El cruzar me daba muchísimo miedo y preferiblemente me iba caminando hasta la Avenida Miranda. Más lejos, pero bastante más seguro.
Estudiábamos en su casa. Él era lo que llamábamos “un cráneo”, así que había que aprovecharlo. Su papá se suicidó cuando estábamos en sexto grado y eso lo marcó para siempre, pero aún así, siguió siendo un estudiante brillante y un excelente amigo.
En su casa había un par de Gran Daneses, uno marrón de orejas altas de nombre Duque y el otro negro, de nombre Tigre, que era el que más miedo daba. Lo cierto es que antes de llegar había que avisar para que los encadenaran, porque alguien nos dijo que se habían comido a un par de niños que habían tratado de entrar. Recordar que no existían los celulares!!
También íbamos a casa de William, quien vivía en Los Palos Grandes y cuyo lar tenía el atractivo que el papá  "dejaba" las revistas Playboy en la revistera de la sala. Mucha tentación para adolescentes con los niveles hormonales en pleno ascenso...! Una revista en especial era muy solicitada... Junio 1963, especial con Jane Mansfield!!!




Ya en secundaria, me hice de una bicicleta “de carrera”, que me vendió por Bs. 60 mi compañero del Santiago, Edgar Navarro y con la cual podía ir más fácilmente al colegio y hasta la casa de Héctor Manuel, mi mejor amigo. Por cierto, a esa edad, muchos amigos son “mi mejor amigo”. Héctor Manuel, William, Waldemar, Carlos, Renato, Víctor, todos, mis mejores amigos. Héctor Manuel vivía en la hacienda San José, La Ciénaga, al lado del Parque del Este. Allí jugábamos beisbol, nos bañábamos en la piscina y pasábamos horas jugando soldaditos. Héctor Manuel era estudiante brillante y algo se me debió haber pegado, porque primero había que hacer la tarea. Luego podíamos jugar. Coincidíamos en esa casa con William, Manuel, Rafael Emilio y otros grandes amigos.  La pasábamos de maravilla. Pasaría más adelante a ser compañero también de los Bluster´s en sus toques. Fanático número 1. Nos ayudaba a llevar los equipos e instrumentos y hasta aprendió a tocar guitarra. Hace poco recibí la noticia de su muerte y pude recordar claramente muchas de las aventuras juveniles con Héctor Manuel y compañía. Descansa en paz amigo.

Mi primera guitarra fue una española. Me la compró mi papá en 1963. Le pegué un cacique en la caja de resonancia! Creo que lo despegué de una caja de ron del mismo nombre… ¿te acordás Carlitos?. En plena adolescencia, sentados en el murito de la casa de la esquina, acompañados de nuestras  guitarras acústicas y cantando una canción de moda, Carlitos, Renato, Waldemar y yo, comenzábamos a sentirnos unos Elvis latinos….Magia blanca tu tienes…me has hechizado a miii…con tu mirada coqueta…con tu manera de andar!!  Mariela, Gisela y Zoraida eran nuestras fans. Las serenatas no se hicieron esperar.

Se pasó ese verano del 63 tocando en el murito. Maria Elena, Apache y alguno que otro tema fácil, formaban nuestro reducido repertorio. Cumplí 15 años en septiembre y empecé el tercer año de bachillerato. En noviembre sucedió algo que impactó al mundo y que no puedo dejar de mencionarlo aquí: asesinaron a JF Kennedy. Pasamos largas horas frente al televisor viendo todos los acontecimientos que rodearon esa tragedia.

En la Navidad de 1963, llegó con el Niño Jesús un gran regalo! ¡Un flamante tocadiscos portátil estéreo, para mi cuarto!! Era azul y las cornetas se le desplegaban lateralmente. Con él, recibí mi primer disco de “música americana”. Fue el disco de Trini López  At PJ´S,  que tenía  “La Bamba” y “Si tuviera un martillo” como los principales éxitos. Sentado en mi cuarto con Renato, rápidamente nos aprendimos los acordes de “La bamba” y “El martillo”.

Para bailar la bamba!...Para bailar la bamba se necesita…! Una poca de gracia…una poca de gracia y otra cosita!

A finales de 1963, empezaba a oírse en el radio un grupo que cambiaría no solo nuestras vidas, sino las de millones de jóvenes en todo el mundo: The Beatles.

Así nos llegó el año 1964 y con ese año el cuarteto de Liverpool invadió nuestras casas. Si alguien me preguntara por el mejor año para el rock and roll, diría que fue ese año. ¡Se inició la beatlemanía!
Mi papá estaba horrorizado con la música y las melenas. Cuando oyó "Roll over Beethoven", casi le dio una convulsión!! Su credo de toda la vida fue: -creo en Dios y en Beethoven- ¡pero por Dios, no "este Beethoven" de estos locos!



Verano de 1964

En el verano nos inscribimos en el Teen Canteen. Una “taberna” que se abría en el Colegio Americano, donde confluían jóvenes principalmente de habla inglesa a oir música “americana” en vivo. Era abierto para todos, pero había que pagar una inscripción para todo el verano. Me costó Bs. 10 el carnet, para poder ir a todas las fiestas. Creo que eran cada miércoles. Íbamos solo a ver a las catiritas y a oir la música. Con nuestra timidez, no nos atrevíamos a sacar a bailar a ninguna muchacha, además que no les entendíamos ni papa, pero el oir esta música pop rock, nos abría nuevos horizontes. Por cierto, Renato era el único del grupo que bailaba en esas fiestas del Teen Canteen y pienso que la pasaba bastante mejor que nosotros. 
Una noche me atreví a sacar a bailar a una catirita delgadita, de pelo largo, por supuesto muy liso hasta la cintura, de falda escocesa... no recuerdo mucho... Lo cierto es que se me pegó como chicle y yo no supe que hacer... bailamos un buen rato y hasta el sol de hoy, ¡no se aún su nombre!!!
Waldemar me recuerda al grupo Homer and the Dont´s como uno de los que íbamos a ver al Teen Canteen. Al menos vistos desde la perspectiva de casi 50 años después, sonaban bien. Carlos me complementa que tenían guitarra y bajo Gretsch!! ¡Que memoria la de estos tipos!!



Aprobado tercer año de bachillerato, mi papá, insólitamente, me compró una guitarra eléctrica en la Nueva Chacao. Fui con él y la escogí. Una Egmond azul de tres micrófonos y vibrador, además de un amplificador Teisco, que tenía hasta reverberación!!  Todavía no comprendo como mi papá, a quien no le gustaba para nada “esa estridencia”, la cual nunca consideró ni siquiera música, fue capaz de iniciarme en ese mundo, del cual nunca más saldría, al comprarme aquella guitarra. Creo que Apache fue la primera canción que sacamos y me parece recordar que sacudíamos el amplificadorcito para lograr el efecto de la reverberación. Por cierto que era un resorte dentro de una caja metálica lo que producía el moderno sonido. Seguro que Carlitos y Walde se acuerdan. 
Con las guitarras españolas ya empezábamos a tocar algunos rock and rolls, pero la innovación al sonido eléctrico fue una verdadera revolución en Santa Cecilia.
Ya con mi Egmond, la música rock empezó a ser parte importante de mi vida. Una pasión por cierto, que conservo todavía hasta los momentos, con afición por comprar instrumentos incluida. Gracias a Dios, algunos descendientes han heredado tal afición y las veladas familiares siguen estando acompañadas por música.

Empezamos por sacar las canciones de Trini López y las de, por supuesto, los Beatles.
Ya con el grupo en serio, iniciamos nuestra carrera musical y nuestro éxito en la sociedad caraqueña. Apache, From me to you, All my loving, Twist And Shouts y I saw her standing there. Waldemar y yo pasábamos horas en el picó, sacando las letras, pero sin conocimiento alguno del inglés. En el tocadiscos repetíamos cientos de veces las canciones para tratar de escribir las letras, pero con el escaso inglés que dominábamos, las escribíamos “tal cual sonaban”. ¿Te acuerdas del papelito Walde?  - If there any sin that you one”…”if there any sin I can du”…”just col on me”…”and I send you alone. with love from me, to you”.
Otra: -Chiken a baby!... Twist and shout!! (esta me la recordó William!!)


Victor consiguió una batería blanca, que llamaríamos en esta época “tapa amarilla”. Quería ser el baterista del grupo. Tenía ritmo pero no sabía redoblar. Carlos se compró una Hofner nacarada y negra y Waldemar tenía una Lafayette que traía el amplificador en el estuche. Aquella fiesta en La Florida en casa de César Tinoco fue nuestro debut. El gordo Rafael García Arocha se sentó en la batería en I feel fine, porque quería demostrar que sabía tocar. Todavía nos podemos morir de la risa al recordar que no dio el ritmo en toda la canción, pero el redoble al finalizar el solo de guitarra lo hizo perfecto, Patúc!, patúc!, patúc!, túc! para seguir después por su lado y nosotros por el nuestro. ¡Nos pagaron 60 bolívares por el toque de esa noche! No recuerdo lo que me compré con los 10 que me tocaron, pero fue el inicio de una gran carrera artística y de una ganancia de dinero tal, que me permitiría unos años después, dar la inicial de mi primer carro... Bs. 1500.

Para ese momento, el grupo decidió dos cosas: la primera fue poner un nombre a la banda. Victor, como un César cualquiera (para los que no saben, el de "El Planeta de los Simios"), abrió un diccionario inglés en la letra “B” (por los Beatles) y escogió la palabra Bluster (1. n protest, threats. 2 ciclón del pacífico), sugiriendo entonces que nos llamaramos “The Bluster”, lo cual aceptamos!. Lo segundo fue designarme bajista del grupo, a pesar de que no tenía ese instrumento, ni idea de como tocarlo. Como era el único que medio sabía de música tuve que aceptar. Ya vería como hacer.

Era la época de las verbenas en los colegios. Nuestro primer intento de toque en público fue en la del Don Bosco. Cargamos los instrumentos (batería completa en una caja de jabón y amplificador Teisko tamaño caja de fósforo) y llegamos al colegio. La iglesia estaba en construcción y recuerdo que nos ubicamos detrás de la tarima. Estaban tocando los Riviera y en ese momento sentí realmente por primera vez, lo que sería “hacer el ridículo”. En la tarima estaban Chuchú, Joe, Randy, Andrés Simón y Romer, algunos de ellos compañeros del Santiago, con sus trajes que parecían diseñados por el mismo diseñador de los Beatles (al menos así se veían), y unos amplificadores Ampeg tamaño lavadora, que colocaban inclinados hacia el cielo. Con aquella pinta y aquél sonido, el público se vino abajo y nosotros también. Pánico mediado, regresamos nuestros perolitos al carro y creo que hasta el sol de hoy, los organizadores de la verbena nos andan buscando para que toquemos. Comprendimos el vil valor del dinero, así que tendríamos que reorganizar la banda.  ¡Bienvenida la Nonna!

No podíamos seguir con esa indigencia en instrumentos, así que pronto meteríamos a Luis Guillermo Degwitz como baterista, por sugerencia del Waldemar. Compañero de Walde en el San Ignacio, de buen apellido, léanse conexiones, una batería Trixon y una terraza para ensayar, en Lomas del Mirador, eran las condiciones perfectas que necesitábamos...  ¡fue la firma que catapultó a los Bluster´s a la fama! 

De paso, Luis Guillermo, era el que más levantaba, después de Renato por supuesto. Este último tenía el doble de estatura y hacía pesas. Renato tocaba la guitarra con unas franelitas de talla 3, de manga cortica, para lucir “la jama” y tenía especial perfil. Pero a Luis G no le hacía falta mucho físico. Era simpático, muy culto y "de familia". Esto último no quiere decir que los demás no lo fuéramos, pero entre Santa Cecilia y Lomas del Mirador hay solo 3 kms de distancia, pero al menos 3 millones de diferencia (lechuga verde.com). Encima, recibía los discos de 45 y LPs directamente de los Estados Unidos, lo cual nos permitía sacar los temas, antes de que siquiera se conocieran aquí. Lo cierto es que la pasábamos muy bien practicando en aquella mansión. Recibía además los discos antes de que salieran al mercado o de que los tocaran en la radio. Recuerdo haber oído en esa casa el primer disco de Jimmy Hendrix Experience, con Fire y Can´t you see me. ¿Te acuerdas Luis Gui?

De allí en adelante empezamos a tocar cada vez más en fiestas de casas y clubes. Nos empezaban a conocer en otros lugares fuera de nuestra querida Santa Cecilia. Teníamos un club de amigos de esa urbanización, que nos acompañaban a muchos toques, aunque no los dejaran entrar. Casi como guardaespaldas. Era la época de las patotas.

Al principio había conseguido un bajo prestado, tipo violín como el de Paul McCartney. Chuchú me lo prestó y me dijo que era de un tipo de "la pata de San Bernardino" que llamaban “mono de agua”. Una mañana mi mamá atiende el timbre de la casa y me llama diciéndome: “mijo, allí abajo te busca un muchacho que dice que se llama “mono de agua”. Ya sabía a que venía. Me quedé sin bajo. No me quedaba más remedio que conseguir otro.
Pronto se presentaría una oportunidad para mí y pude comprarle a Chuchú su bajo Precision Fender y el amplificador Bassman. Creo que pagué Bs. 1500 por el combo. ¡Una barbaridad de sonido! Ahora si sonaban los Bluster´s a banda de rock de verdad.

-Próxima entrega: Descubriendo los encantos del Imperio.

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